La Iglesia celebra los grandes misterios de la redención humana en el Sacratísimo Triduo de Crucificado, del Sepultado y del Resucitado, que se celebra desde la Misa vespertina del Jueves en la Cena del Señor hasta las vísperas del Domingo de
Resurrección.
La participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa es muy completa. La piedad popular nos lleva a vivir más intensamente las celebraciones litúrgicas, solemnemente celebradas en nuestras parroquias. Ciertamente, hay un paralelismo entre los oficios rigurosamente litúrgicos y los ejercicios piadosos. No hay que descuidar ninguno de los dos.
Cada Semana Santa tenemos una nueva oportunidad para contemplar a Cristo en el Misterio Pascual. El auténtico cristiano tiene que vivir con profundidad aquello que constituye el centro de todo el año cristiano. Las celebraciones de la primera parte del Triduo son especialmente sobrias; en cambio, la Noche Santa de la Resurrección es una fiesta rebosante de alegría. El paso de la tristeza de la muerte al gozo de la resurrección se expresa en la misma liturgia y nos hace
captar la realidad salvífica que se conmemora.
En el contexto del Año Jubilar 2025, convocado por el papa Francisco bajo el lema «Peregrinos de esperanza«, nos invita a vivir estos días santos con un renovado compromiso ante Dios y ante nuestros hermanos.

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